Sunday Nov 24

RenaudA Haitian émigré in the Dominican Republic, poet Jacques Viau Renaud died while fighting to restore the democratically elected government during the 1965 uprising.  He was 23.

 

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Rosal Patrick Rosal’s most recent poetry collection, My American Kundiman, won the Association of Asian American Studies 2006 Book Award in Poetry and the Global Filipino Literary Award.  Uprock Headspin Scramble and Dive won the 2003 Members' Choice Award from the Asian American Writers' Workshop.  He was awarded a 2009 Senior Fulbright grant as a U.S. Scholar to the Philippines, and his poems and essays have appeared widely in journals and anthologies, including American Poetry Review, Harvard Review, Ninth Letter, The Literary Review, Black Renaissance Noire, Brevity: A Journal of Concise Literary Non-Fiction, the Beacon Best and Language for a New Century. His poems have been featured in film and media projects screened in Germany, Italy, Argentina, New York and Los Angeles.  He currently teaches in Drew University’s MFA program.

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from Permanencia del Llanto by Jacques Viau Renaud

I

¿En qué preciso momento se separó la vida de nosotros,
en qué lugar,
en qué recodo del camino?
¿En cuál de nuestras travesías se detuvo el amor
para decirnos adiós?
Nada ha sido tan duro como permanecer de rodillas.
Nada ha dolido tanto a nuestro corazón
como colgar de nuestros labios la palabra amargura.
¿Por qué anduvimos este trecho desprovisto de abrigo?
¿En cuál de nuestras manos se detuvo el viento
para romper nuestras venas
y saborear nuestra sangre?
Caminar... ¿Hacia dónde?
¿Con qué motivo?
Andar con el corazón atado,
llagadas las espaldas donde la noche se acumula,
¿para qué?, ¿hacia dónde?,
¿Qué ha sido de nosotros?
Hemos recorrido largos caminos.
Hemos sembrado nuestra angustia
en el lugar más profundo de nuestro corazón.
¡Nos duele la misericordia de algunos hombres!
Conquistar nuevos continentes, ¿quién lo pretende?
Amar nuevos rostros, ¿quién lo desea?
Todo ha sido arrastrado por las rigolas.
No supimos dialogar con el viento y partir,
sentarnos sobre los árboles intuyendo próxima la partida.
Nos depositamos sobre nuestra sangre
sin acordamos de que en otros corazones el mismo líquido ardía
o se derramaba combatido y combatiendo.
¿Qué silencios nos quedan por recorrer?
¿Qué senderos aguardan nuestro paso?
Cualquier camino nos inspira la misma angustia,
el mismo temor por la vida.
Nos mutilamos al recogernos en nosotros,
nos hicimos menos humanidad.
Y ahora,
solos,
combatidos,
comprendemos que el hombre que somos
es porque otros han sido.


II

Ya no es necesario atar al hombre para matarlo.
Basta con apretar un botón
y se disuelve como montaña de sal bajo la lluvia.
Ni es necesario argüir que desprecia al amo.
Basta con proclamar —ceñuda la frente—
que comprometía la existencia de veinte siglos.
Veinte siglos,
dos mil años de combatida pureza,
dos mil años de sonrisas clandestinas,
dos mil años de hartura para los príncipes.
Ya no es necesario atar al hombre para matarlo.
La noche,
los rincones,
no,
nada de eso sirve ya.
Plazoletas y anchas calles se prestan bulliciosas.
No cuenta el asesinato con los pacientes,
no cuenta el príncipe con los sumisos.
Todos han olvidado que el hombre es aún capaz de cólera.
Las llamas se extinguen sin haber consumido el odio.
El día irredento ha postergado la resurrección del hombre.
Y los otros,
aquellos que presencian la matanza sentenciando:
"Locos, habéis tocado a la puerta de la muerte
y ella se quedó en vosotros!"
Esos
solo saben predecir la muerte,
no han aprendido a combatirla.
No han aprendido a cobijar la tierra en el corazón
ni a ganar la patria para el hombre.
Y el sumiso, ¿qué hace?
¿Dónde deposita su silencio?
¿En qué lugar del corazón teje la venganza?
Nadie lo sabe.
Todos le han olvidado.
Se ha dictaminado que su morada sea la sombra,
que el pan deshabitado sea su alimento,
que el pico le prepare el lecho
y la pala le cubra el corazón.
¿Qué es el hombre combatido?
Nadie lo recuerda.
Lo visten los trapos.
Lo arrojaron en la parte trasera de la casa
y allí
con los residuos
un guiñapo se amontona.
Las llamas se extinguen.
Se arrinconan los hombres en una sola sombra,
en un solo silencio,
en un solo vocablo,
en un llanto solo
y cuando todo sea uno,
uno el llanto y el vocablo uno
no habrá paz sobre la tierra.
¿No habrá paz?
Y aquellos que dictaminaron el destino del hombre,
los que jamás contaron con los sumisos,
amasarán con sangre su propia podredumbre.
¡No habrá paz!
¡Llanto para quebrar el llanto,
muerte para matar la muerte!


X

A Rafael Campusano
Dulce la tierra que protege
la disgregada muchedumbre de células que tú animaste
y por el sendero marcado por los glóbulos
edifica pesados silencios
para los que aún permanecen.
Ahora no sé dónde encontrarte,
si en la luminosa trayectoria de las lunas dormidas
o en la impenetrable dureza de las sombras,
Quizás
hayas dejado recuerdo hecho piedra
donde puedan mis manos de tiempo en tiempo
acariciarte el rostro anochecido.
¿Por qué hubo llanto en tu vida?
Tus ojos y tu carne chorreaban lagrimones
como para ahogar muchedumbres,
como para lavar al mundo.
Cada lágrima tuya abría nichos en la tierra,
soles terrenales fragmentaba,
voces de recobrada dulzura.
¿Escuchas, amigo, lo que ahora mi corazón proclama,
el silencio que recopila recuerdos
y anuda en la garganta miles de voces?
¿Escuchas este clamor, hombre de testa sombría
donde crecen flores y plantas oscuras,
donde la savia reconstruye la trayectoria de la sangre?
Escuchas, amigo mío,
de esta permanencia de luces y sombras,
de combates que nunca se deciden,
de ideas y retornos,
de este lento transcurso de sollozos
el recobrado clamor de los hombres todos
reclamados para discutir tu palabra,
levantar osamentas
y cavar fosas para muertos grandes?
Escucha.
Debes escuchar,
es tuyo este silencio que subleva,
ruido que adormece desde nuestras manos naciendo.
Tuyos estos corazones que alberga la herencia,
tuya esta permanencia del coraje,
tuyos
todos estos brazos y piernas,
y bocas y ojos que quieren multiplicarte,
que quieren reconstruirte,
recobrarte
con lágrimas
y palabras y quejidos.
¿Escuchas?
Debes escuchar desde tu momento de enmudecido pregonero,
inalterable presencia de las sombras.
Escucha,
lo que de ti guardaron los ecos,
lo que de nosotros no pudiste llevarte.
No volverás,
no, no volverás!
No retorna el viento con las palabras pronunciadas,
estás mudado, mudado de belleza,
mudado de tristeza,
en definitiva permanencia de siglos establecido.
¿Quién predijo que los hijos de la tierra
rencor anidarían en el corazón?
¿Quién supuso la existencia del moho
cuando fuimos congregados para hablar del amor?
¿Quién predijo, pero quién,
el nacimiento de estos hombres a la pura permanencia ,
en pleno día,
ante todos nosotros que ahora sollozamos,
ante todos nosotros que ahora nos interrogamos?
¿Escuchas?
Debes escuchar, amigo, hermano,
camarada de la dura jornada,
es tuyo este clamor de hombres mudos gesticulando,
de mujeres vendadas difundiendo ternuras,
de lámparas sin gas parcelando la luz.
¿Quién predijo, pero quién,
esta mudanza terrible del hombre en criatura del odio?

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from The Permanence of Weeping by Jacques Viau Renaud--translated by Patrick Rosal

I

In what split second were our lives snatched from us,
what place,
what twist in the trail?
Along which of our journeys did love pull up
to bid farewell?
Nothing has been so hard as to endure kneeling.
Nothing has ached our hearts so much
as a bitter word on the brink of our lips.
Why did we walk this stretch of road stripped of coats?
In whose hands did the wind pause
to break open our veins
to savor our blood?
Walk... where to?
What for?
Walk with a tethered heart,
blisters where night piled up on our backs,
what for? Where to?
What's become of us?
We've roamed long roads.
We've sown our anguish
in our heart's deepest precincts.
The compassion of some men torments us!
Conquer new continents, Who tries to?
Love new faces, Who wants to?
It's all been dragged through ditches.
We didn't know how to chat with the wind then be on our way,
to sit overlooking the trees sensing the imminent goodbye.
We got caught up in our own blood
without realizing the same stuff roiled in other hearts
or was spilled while under attack and fighting back.
What silences remain for us to survey?
What footpaths await our step?
Any journey can flood us with that very anguish
that very fear for our lives.
We're crippled when we hoard such things within,
become less human.
And now,
alone,
under siege,
we learn we've become who we are
out of the ones who once have been.

II
It's no longer necessary to tie a man up to kill him.
It's enough to push a button
and he dissolves like a mountain of salt under the rain.
Nor is it necessary to convince you of a master's scorn.
It's enough to say—with a grimace—
that he risked twenty centuries.
Two thousand years of skirmished purity,
two thousand years of clandestine grins,
two thousand years of full-bellied princes,
It's no long necessary to tie up a man to kill him.
The night,
the corners,
no,
that's all useless now.
Town squares and wide streets volunteer their uproar.
The slaughter doesn't count on its survivors,
the prince doesn't count on the meek.
Everyone has forgotten how a man's still prone to rage.
The flames' extinguished before hate gets snuffed out.
The day of damnation has postponed a people's deliverance.
And the rest,
the ones who attend the butchery, jeer:
"Madmen, you've knocked at death's door
and she abided inside you all along!"
They
only know how to foresee death,
haven't learned to wage against it,
haven't learned to shelter the earth within the heart.
Nor to win a country for all people.
And the meek one, what shall he do?
Where shall he lay his silence down?
Where in the heart will he cobble his revenge?
No one knows.
Everyone has forgotten him.
It's been figured out for him, his shadow will be his shelter,
the neglected bread will be his meal,
the pickaxe will prepare his bed,
and the spade will bury his heart.
No one remembers him.
They dress him in tatters.
They sling him to the rear of the house
and there
with the rubbish
a ragamuffin huddles into refuge.
The flames are put out.
The men are backed into a lone darkness,
into a lone silence,
a single word,
a solitary weeping,
and when everything is one,
one the weeping, and the utterance one,
there'll be no peace over the land.
Won't there be peace?
And those who have dictated the destiny of men,
the ones who never counted on the meek,
will knead together their own body rot and blood.
There won't be peace!
Weeping to break the weeping,
death to slaughter death!

X

To Rafael Campusano
Sweet is the earth that now houses
the scattered mass of cells you once vivified
and because the trail strewn with corpuscles
forges heavy silences
for those who still remain.
Now, I don't know where to find you,
if in the splendid trajectory of dormant moons
or in the impenetrable hardness of shadows,
Perhaps
you've left a memory made of stone
where my hands can, from time to time,
caress your nightfallen face.
Why was there such weeping in your life?
Your eyes and your flesh dripping with sobs
as if to drown multitudes,
as if to drench the world.
Each one of your tears opened nooks in the earth,
terrene suns burst,
voices of regained sweetness.
Can you hear, my friend, what my heart is proclaiming right now,
memories anthologized into silence
thousands of voices knotted in the throat?
Can you hear this clamor, man of sullen brow
upon which grow dark flowers and plants,
upon which nectar retraces blood's trajectory?
Do you hear, my friend,
about this permanence of light and shadow,
about battles never decided,
about ideas and backtracks,
about this slow march of sobs
the regained hullaballoo of men all of them
demanding to quarrel over your words,
to raise up skeletons
and dig graves for the great dead?
Listen.
You must listen,
this is yours, this infuriating silence,
ruckus that numbs our nascent hands.
Yours, these hearts that house our legacy,
yours, this enduring courage,
Yours,
all these arms and legs,
and mouths and eyes yearning to multiply you,
yearn to reconstruct you,
recover you
with tears
and words and moans.
Can you hear?
You need to listen from your epoch of streetcryers silenced,
inalterable presence of shadows.
Listen,
to yourself harbored in the echoes,
to us in what you could not bear.
You won't be back,
no, you won't be back!
The wind doesn't return with a declaration of words,
you are transformed, transformed out of beauty,
transformed out of sadness,
into resident-for-good of fixed centuries'.
Who foresaw the sons of the earth
hoard bitterness in their hearts?
Who assumed the accruals of rust
when we convened to speak of love?
Who foretold it, tell me who,
the birth of these men into pure residence,
in broad daylight,
before all of us who now sob,
before all of us who now question ourselves?
Can you hear?
You must hear, friend, brother,
comrade of the hard journey,
it is yours this panic of mute men gesturing,
of bandaged women handing out tenderness,
of lamps without gas parceling out their light.
Who foretold it, tell me who,
this terrible transformation of a man into despicable beast?

Who foretold it, tell me who,

this terrible transformation of a man into despicable beast?